Orwell tenía razón

Estábamos en un tren europeo cualquiera y entró un chico de unos 20 años. El chico tenía un billete normal, con el número del asiento que le tocaba. Lo normal es que cogiera cualquier asiento libre pero no, tenía que coger necesariamente el que le pertocaba, lo que decía el billete. No le importó separar al padre de sus dos hijos, tenía asientos libres de sobra pero él tenía que coger el asiento que le tocaba. Es más, se lo dijo al niño que apenas tenía edad para entender lo que le decían. Más tarde entró una chica e hizo algo parecido.

-¿Qué le ha pasado al cartero de siempre? Llega usted tarde. El cartero de siempre nunca llega tarde.
En fin, así estaba. Entonces salió una circular diciendo que ni la gorra ni ninguna otra parte del equipo podían ponerse encima de la caja de cartero. La mayoría de los chicos dejaban sus gorras allí encima. No molestaba para nada y ahorraba un viaje al vestuario. Ahora, después de tres años de dejar allí mi gorra, me ordenaban que no lo hiciera.
Bueno, seguía llegando con resaca y mi mente no estaba como para pensar en cosas como gorras. Así que un día después de que saliera la orden mi gorra estaba allí.
Jonstone vino corriendo con la amonestación. Decía que iba contra las reglas el tener parte del equipo encima de la caja. Metí el papel en mi bolsillo y seguí clasificando cartas. Jonstone se sentó en su silla, girándose de un lado a otro y mirándome. Todos los demás carteros habían puesto sus gorras en sus armarios. Excepto yo y Marty. Y Jonstone se había acercado a Marty y le había dicho:
-Bueno, Marty, ya leíste la orden. Se supone que tu gorra no debe estar encima de la caja.
-Oh, lo siento, señor. Es la costumbre, ya sabe. Lo siento- había contestado Marty, quitando su gorra de la caja y subiendo corriendo a dejarla en su armario.
A la mañana siguiente me olvidé de nuevo. Jonstone vino con la amonestación.
Decía que iba contra las reglas.
Me la metí en el bolsillo y seguí clasificando cartas.

A la mañana siguiente, cuando entré, pude ver a Jonstone observándome. Me observaba de forma muy deliberada. Estaba esperando a ver qué hacía con la gorra. Le dejé esperar un rato. Entonces me quité la gorra de la cabeza y la puse encima de la caja.
Jonstone vino corriendo con su amonestación.
No la leí. La tiré a la papelera, dejé la gorra donde estaba y seguí con el correo.
Pude oir a Jonstone con la máquina de escribir. Había rabia en el sonido de las teclas.
¿Dónde habrá aprendido éste a escribir a máquina?, me preguntaba.
Volvió de nuevo. Me entregó una 2a amonestación.
Le miré.
-No tengo por qué leerla. Ya sé lo que dice. Dice que no he leído la primera amonestación.
Tiré la 2a amonestación a la papelera.
Jonstone volvió corriendo a su máquina de escribir.
Me entregó una tercera amonestación.
-Mire -le dije-, ya sé lo que dicen todos estos papeles. El primero era por tener mi gorra sobre la caja. El 2o por no leer el primero. Este 3o es por no leer ni el primero ni el 2o.
Le miré y entonces dejé caer la amonestación en la papelera sin leerla.
-Puedo tirar estas cosas tan rápido como usted las escriba.
Puede continuar durante horas, y muy pronto uno de los dos va a empezar a caer en el ridículo. Me refiero a usted.
Jonstone volvió a su silla y se sentó. No escribió más. Simplemente se quedó allí observándome.

de Cartero por CB.

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